miércoles, 14 de septiembre de 2011

Traté sin éxito de reanimar a la joven de cabellos dorados. A duras penas daba débiles bocanadas de aire. Sentí el sudor frío correr por mi espalda debido a lo palpable tensión del ambiente. Su pálida piel se tornó violácea y ya apenas respiraba. Angustiada, le grité, zarandeé y rogué porque solo fuese un susto. Entonces dejó de respirar. Las lágrimas me salieron en cascada precipitándose sobre el cuerpo inerte de la chica. Me recosté sobre su estómago, cuando un profundo suspiro proveniente del cuerpo me sacó de mi pozo. Asustada, me incorporé tan violentamente que tropecé y caí. La joven se levantó con la gracia de una pequeña bailarina. Era ella, sin duda, pero algo había cambiado. Ahora su piel era casi transparente, y sus ojos se habían tronado de un gris apagado. Oscuras ojeras se aposentaban en su rostro afeándolo, y sus labios estaban secos. Extendió su mano hacia mí pidiéndome que la siguiera. Paralizada del terror y sin poder articular palabra miré hacia el suelo. El cuerpo de la chica seguía allí. Volví a mirar a la que creía era mi amiga. Estaba suspendida en el aire, con una macabra sonrisa dibujada en su rostro. Se sacudió violentamente y de su boca salió un espeluznante alarido comparable al graznido de un cuervo. Sus terroríficos movimientos eran cada vez más rápidos hasta que desapareció de mi vista. Quería pensar que aquella horrible criatura se había desvanecido, pero en mi interior sabia que seguía allí, sentía el aterrador frío en mi nuca…


autor: Karmilla

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