viernes, 22 de julio de 2011

Me despierto cegado por los primeros rayos de sol. Un poco aturdido, trato de reconocer dónde estoy. Pronto los ojos se me acostumbran a la luz y logro distinguir que me encuentro en una pequeña habitación blanquecina donde nunca antes había estado. No hay que me den pistas para saber dónde estoy, ni tampoco demasiados objetos personales. No parece un sitio que esté normalmente habitado. Frente de la cama se encuentra una cómoda a juego con la mesita de noche y el ropero. Encima suya un ovalado cristal de borde plateado me refleja haciéndome sonrojar ante mi propia desnudez. La puerta está entreabierta haciendo aumentar mis interrogantes sobre mi paradero. La puerta comienza a abrirse levemente. Me enderezo en la cama, en alerta ante lo que pueda encontrar. Unas frágiles manos agarran el pomo. Dos diminutos pies descalzos dan un paso adelante. Luego se asoma una pequeña nariz, unos ojos almendrados y unos labios rosados. Una hermosa Venus rubia entra en la habitación abrazándome con su cálida sonrisa. Enmudezco ante su presencia, que ilumina la sala. Camina con pasos cortos, contoneando sus curiosas caderas hasta llegar al ventanal. Abre las purpureas cortinas, y una ráfaga dorada provoca destellos de su pelo ondulado. Me pongo nervioso al ver como ese ángel se me acerca tapada por un pequeño camisón que deja al descubierto sutilmente su hombro desnudo. Una gota de sudor resbala por su cuello. Con delicadeza, aparta las blancas sábanas con flores azules salpicadas. Se aposenta en mi cintura cómodamente. Echa la cabeza hacia atrás mientras se mece encima mía provocando una lluvia de mechones rubios cayendo sobre su marmolea piel. Suavemente se quita el albornoz dejando al descubierto el cuerpo más hermoso jamás visto. Ya no siento vergüenza de mi desnudez. Se aproxima a mis labios, pero no me besa. Acaricia mi pecho y junta su cuerpo contra el mío. Siento como cada centímetro suyo es mío. Se incorpora y vuelve a balancearse, esta vez con más fuerza, en mi cintura. Cierro los ojos para saborear el momento. Cuando los abro, la chica ha desaparecido, junto a la blanca habitación y el sutil aroma a jazmín. Ya no queda nada de ese paraíso. Intento incorporarme pero las piernas me fallan. Aún así no resisto y me acerco al cajón primero de mi metálico armario. Palpo hasta encontrar mi pasaporte para volver con esa chica en aquel lugar idílico. Con suma delicadeza saco la última jeringuilla con droga que me queda. Con un poco de de suerte, esta dosis será la que me lleve con mi amada para toda la eternidad.


autor: Carmilla

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